En los años 70, mi club de fútbol, Independiente Santafé de Bogotá, importó desde la antigua Yugoslavia técnicos y jugadores que forjaron la historia del club y posteriormente de la Selección Colombia. Era una escuela poco conocida, una apuesta arriesgada que, por fortuna, resultó ganadora. Hoy, todavía, sus logros son recordados.
Blagoje Vidinic fue uno de los que integró la llamada escuela yugoslava. La ubicación geográfica y la complejidad política de ese territorio, conformado por seis repúblicas (Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia), además de dos provincias autónomas (Kosovo y Voivodina), despertaron mi curiosidad. Este hecho deportivo acrecentó el interés por conocer su cultura, tradición y desarrollo político de este país que desapareció en 1992.
Años después, la figura de Vidinic volvió a aparecer en mi camino en la novela Hermanos de Sangre, de Barbara Smit. Es una narración acerca de la rivalidad entre Adidas – Puma representada por los hermanos Rudolf y Adolf (Adi) Dassler, que llevaron a sus compañías la rivalidad de sangre que puso en jaque el mundo deportivo. Este entrenador balcánico, que dirigió la selección de Zaire (hoy Congo) en 1974, estuvo al servicio de la familia Dassler y se convertiría en un claro exponente de la diplomacia deportiva.
Fue una pieza clave para conquistar el voto de las federaciones africanas en la elección que llevó al brasileño João Havelange a la presidencia de la FIFA. La novela, que luego se transformó en una película, revela la relación y el éxito mutuo entre los atletas, las nacionalidades y las marcas corporativas.
Se reúnen en esta semblanza los conceptos de diplomacia deportiva, relaciones públicas internacionales y el branding deportivo.
Sobre la diplomacia deportiva, el Instituto Matías Romero, encargado de la formación del cuerpo diplomático mexicano, así la define: “La diplomacia deportiva es una vertiente de la diplomacia pública que aprovecha el valor y la aceptación del deporte para un Gobierno y/o Estado entable vínculos con el público extranjero para causar un impacto positivo; establecer proyectos de cooperación internacional para el desarrollo, tanto bilateral como multilateralmente, y promover la paz entre regiones, países y grupos sociales específicos.” Bajo este concepto cabrían los acuerdos comerciales entre los deportistas, el puñado de selecciones nacionales, sus federaciones y clubes deportivos. Es claro que las victorias deportivas representan un valor propagandístico para la marca, imagen para el país y gloria para el atleta.
Una atractiva narrativa del branding deportivo que conecta atletas, equipos e instituciones deportivas con decisiones cruciales a través de las relaciones públicas internacionales y la diplomacia pública para el mundo deportivo. La novela también introduce la locución de diplomacia deportiva y concede licencia para encontrar ángulos diversos en el análisis de esta faceta de la diplomacia pública.
Si bien se concibe que deporte y política deben estar en veredas distintas, es imposible separarlos por completo. El hilo que las une es la diplomacia deportiva. En su web, el Comité Olímpico Internacional se define como “catalizador de la colaboración entre todas las partes interesadas en los Juegos Olímpicos, incluidos los atletas, los Comités Olímpicos Nacionales, las Federaciones Internacionales, los Comités Organizadores de los Juegos Olímpicos, los Socios Olímpicos Mundiales y los titulares de derechos de los medios de comunicación”.
El deporte, a través de los éxitos, es la mejor carta de presentación de un país. Basta mirar el ejemplo de Argentina y Brasil, cuya imagen internacional está ligada a nombres como los de Pelé, Diego Maradona, Lionel Messi, Ayrton Senna o Juan Manuel Fangio, entre muchos otros. Son ellos, sin duda, grandes embajadores de la marca país y de la diplomacia deportiva. Y, también, una muestra de que hay pocos hechos cotidianos, muy pocos, que puedan emular o superar el impacto positivo de una victoria deportiva.
Por ejemplo, cuando el 28 de octubre de 1972 Antonio Cervantes, el legendario Kid Pambelé, se coronó campeón mundial del peso welter júnior, los colombianos no solo nos enteramos de que en el departamento de Bolívar había una pequeña población llamada San Basilio de Palenque, sino que nos volvimos expertos en este deporte. Ah, y nos acostumbramos a madrugar para ver sus épicas peleas.
O, ¿quién no vibró ese 16 de septiembre de 2001 cuando Juan Pablo Montoya cruzó la meta del mítico Gran Premio de Monza y se convirtió en el primer colombiano que ganó una carrera de F1? O, quizás, el 15 de mayo de 1987 cuando Lucho Herrera ganó la Vuelta a España? O, más cerca en el tiempo, ¿el 27 de julio de 2019 cuando Egan Bernal, vestido de amarillo, se consagró como el campeón del Tour de Francia?
Por supuesto hay más, muchos más, ejemplos similares. Y en una variedad de disciplinas deportivas. La realidad es que los atletas son un poderoso imán que concita la atención de las audiencias especializadas y del público en general. Además, que refleja tanto la grandeza del ser humano que cree en un sueño y trabaja para hacerlo realidad como, por otro lado, la incapacidad institucional.
No hay que ir demasiado lejos en la historia para ver un ejemplo. El 31 de enero de 2024, la Organización Deportiva Panamericana (Panam Sports) comunicó que le había reiterado a Colombia la sede de los Juegos Panamericanos 2027. Iban a realizarse en Barranquilla, pero el reiterado incumplimiento en los pagos y otras condiciones provocó la inédita decisión.
Un antecedente penoso se dio el 25 de octubre de 1982. El presidente Belisario Betancur, en un corto discurso de 99 palabras, anunció que Colombia renunciaba a la sede de la XIII Copa Mundial de Fútbol, prevista del 31 de mayo y al 29 de junio de 1986. Nunca antes, y nunca después, un país renunció a este certamen. La elección se había hecho en 1974, pero los gobiernos de Misael Pastrana, Alfonso López Michelsen y Betancur jamás adelantaron las obras requeridas y tampoco destinaron el presupuesto necesario. ¡Una vergüenza mundial!
Y una gran tristeza, también. ¿Por qué? Porque está demostrado que el talento brota silvestre, que el deportista colombiano puede brillar en el más alto nivel en cualquier disciplina. Es decir, la falta de apoyo, de políticas claras y consistentes, de financiación y de reconocimiento limita sus posibilidades y, en consecuencia, frustra las alegrías que nos brindan y su impacto sobre el “poder blando” de la nación.
A través de la historia, asimismo, el deporte ha sido fuente de desarrollo, de crecimiento económico y de visibilidad social. Con sus triunfos, los deportistas potencia la imagen y la reputación del país, al tiempo que despiertan la admiración de los públicos propios y extranjeros, así como de las empresas y las federaciones deportivas. Y algo que no puede pasarse por alto: inspiran a otros para que la cadena se extienda ilimitadamente con nuevos y maravillosos eslabones (triunfos).
Esperemos que nuestros deportistas logren los mejores resultados en la XXXIII Olimpiada París 2024 y la 48.ª edición de la Copa América a celebrarse en territorio norteamericano, magnos acontecimientos deportivos que acaparan la atención mundial y regional. Sus victorias contribuirán a potenciar la imagen del país y el poder blando considerando la atracción de sus atletas en las audiencias especializadas y el público en general.
Agradezco a Carlos Eduardo González, Comunicador Social de la Universidad Javeriana, comentarista deportivo y reconocido Copywriter, el apoyo brindado en la construcción de este blog y un amplio texto que hará parte de la publicación acerca de la Diplomacia Pública colombiana.